REPUBLICA DOMINICANA: APARTHEIT EN EL CARIBE HISPANO
"LA DEMOCRACIA ES LA FUERZA QUE IMPULSA EL ORDENAMIENTO DEL EQUILIBRIO, LA JUSTICIA, LA PAZ Y EL CRECIMIENTO COLECTIVO DE LA VIDA EN SOCIEDAD"
LA CONSTITUCIÓN DOMINICANA HA SIDO RETORCIDA CON ZAÑA XENOFÓBICA, TRUCULENCIA Y FALTA DE VERGÜENZA.
La Constitución Dominicana ha sido retorcida, una y otra vez como quizás ninguna otra en cualquier parte del mundo civilizado con la finalidad de malearla a voluntad de los intereses de quienes pueden comprar de algún modo la decisión de los constituyentes dominicanos, históricamente acostumbrados al supino corroborismo al que pueden someterlo los poderes fácticos de nuestra Nación, esta que nos han legado nuestros Padres de la Patria, siempre desdibujada entre la voluntades, por una parte de afrancesados, por otra de anexionistas españolizados, por tercera, de unos mercaderes de penínsulas. Curcuteando la historia dominicana, arribamos a la confirmación inequívoca de que son los mismos entes signados por nuestra antropología social los que hoy heredan la aberración conductual que pretende alejarnos de nuestros propios origenes, de nuestro mulataje social.
Siguen propugnando por mantener una separación racial hoy más que anacrónica, objetivamente ridícula, que procura materializar y hasta ha llegado a legalizar un proceso de apartamiento o "apartheit", bajo el cual se procura partir la historia de unos pueblos que nacieron de la misma matriz histórica, económica y social en general, confinados en una isla triangulada más por los intentos históricos de arrebatos deseados y competidos entre tres otros países que por los tres picos peninsulares que configuran la geografía de la isla.
Hemos de recordar que entre los límites que enmarcan la tradición de la legalidad consensuada entre colonias latinoamericanas conocido como Derecho Americano, ha sido un hecho reconocido y respetado universalmente por el conjunto de naciones que lo suscriben, incluida República Dominicana, que el derecho a la nacionalidad se adquiere por el Derecho de Suelo o derecho a ser nacionalizado por la Nación que ostenta la jurisdicción del territorio sobre el que ocurre el nacimiento.
Así fue consignado en nuestra Constitución y así fue reconocido durante los días del último siglo sin traspiés alguno hasta tanto fue necesario provocar el despojo moral que durante decenios procuró azuzarle al dirigente político José F. Peña Gómez el fantasma del extranjerismo xenofóbico con el que fuera posible exacerbar las dudas y diferencias económicas y culturales acumuladas entre los conjuntos de nuestros pueblos dominicano y haitiano, con la finalidad de evitar que siguieran desbordándose los inesperados popularidad y carisma que concitaban la presencia y arengas del dirigente político estigmatizado por llevar tras de si una fantástica historia de persecución racial que nunca cesó desde los días de su nacimiento hasta dejarlo que creciera sin padres biológicos conocido.
La deformación del sentido semántico aplicable al argot diplomático aceptado universalmente para la expresión "pasajero o visitante de transito" para referirse a un ciudadano extranjero que llega a un país, al que se ve compelido a la espera circunstancial de una transferencia de nave o transbordo en condición de viajero, fue corrompida con cinismo vulgar por la anterior autoridad de la Suprema Corte de Justicia y reproducida por el actual Tribunal Constitucional sin ningún rescato deontológico o profesional quizás con la intensión expresa de avergonzarnos a todos los dominicanos en todos los medios, instituciones y sociedades internacionales que guardan y abogan por el respeto a la majestad de los derechos humanos universales, el derecho internacional y el respeto a la dignidad en la relación de convivencia humana pacífica y respetable.
LA CONSTITUCIÓN DOMINICANA HA SIDO RETORCIDA CON ZAÑA XENOFÓBICA, TRUCULENCIA Y FALTA DE VERGÜENZA.
La Constitución Dominicana ha sido retorcida, una y otra vez como quizás ninguna otra en cualquier parte del mundo civilizado con la finalidad de malearla a voluntad de los intereses de quienes pueden comprar de algún modo la decisión de los constituyentes dominicanos, históricamente acostumbrados al supino corroborismo al que pueden someterlo los poderes fácticos de nuestra Nación, esta que nos han legado nuestros Padres de la Patria, siempre desdibujada entre la voluntades, por una parte de afrancesados, por otra de anexionistas españolizados, por tercera, de unos mercaderes de penínsulas. Curcuteando la historia dominicana, arribamos a la confirmación inequívoca de que son los mismos entes signados por nuestra antropología social los que hoy heredan la aberración conductual que pretende alejarnos de nuestros propios origenes, de nuestro mulataje social.
Siguen propugnando por mantener una separación racial hoy más que anacrónica, objetivamente ridícula, que procura materializar y hasta ha llegado a legalizar un proceso de apartamiento o "apartheit", bajo el cual se procura partir la historia de unos pueblos que nacieron de la misma matriz histórica, económica y social en general, confinados en una isla triangulada más por los intentos históricos de arrebatos deseados y competidos entre tres otros países que por los tres picos peninsulares que configuran la geografía de la isla.
Hemos de recordar que entre los límites que enmarcan la tradición de la legalidad consensuada entre colonias latinoamericanas conocido como Derecho Americano, ha sido un hecho reconocido y respetado universalmente por el conjunto de naciones que lo suscriben, incluida República Dominicana, que el derecho a la nacionalidad se adquiere por el Derecho de Suelo o derecho a ser nacionalizado por la Nación que ostenta la jurisdicción del territorio sobre el que ocurre el nacimiento.
Así fue consignado en nuestra Constitución y así fue reconocido durante los días del último siglo sin traspiés alguno hasta tanto fue necesario provocar el despojo moral que durante decenios procuró azuzarle al dirigente político José F. Peña Gómez el fantasma del extranjerismo xenofóbico con el que fuera posible exacerbar las dudas y diferencias económicas y culturales acumuladas entre los conjuntos de nuestros pueblos dominicano y haitiano, con la finalidad de evitar que siguieran desbordándose los inesperados popularidad y carisma que concitaban la presencia y arengas del dirigente político estigmatizado por llevar tras de si una fantástica historia de persecución racial que nunca cesó desde los días de su nacimiento hasta dejarlo que creciera sin padres biológicos conocido.
La deformación del sentido semántico aplicable al argot diplomático aceptado universalmente para la expresión "pasajero o visitante de transito" para referirse a un ciudadano extranjero que llega a un país, al que se ve compelido a la espera circunstancial de una transferencia de nave o transbordo en condición de viajero, fue corrompida con cinismo vulgar por la anterior autoridad de la Suprema Corte de Justicia y reproducida por el actual Tribunal Constitucional sin ningún rescato deontológico o profesional quizás con la intensión expresa de avergonzarnos a todos los dominicanos en todos los medios, instituciones y sociedades internacionales que guardan y abogan por el respeto a la majestad de los derechos humanos universales, el derecho internacional y el respeto a la dignidad en la relación de convivencia humana pacífica y respetable.

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