REMIENDO INSUFICIENTE ANTE UN DAÑO DEMASIADO EFICIENTE
LA DEMOCRACIA ES LA FUERZA QUE IMPULSA EL ORDENAMIENTO DEL EQUILIBRIO, LA JUSTICIA, LA PAZ Y EL CRECIMIENTO COLECTIVO DE LA VIDA EN SOCIEDAD
No es tiempo de fiesta ni de algarabías. Estamos justo al medio del tiempo obligado para intensificar las reflexiones en torno a los valores de la Democracia como sistema de organización racional según la lógica del ordenamiento natural para la vida en sociedad de la especie humana.
Las relaciones sociales devenidas de la inteligencia biológica colectiva desarrollada a través de los procesos evolutivos que nos trajeron hasta hoy estas maneras de continuar nuestro desarrollo social median un conjunto de arreglos convencionales capaces de acomodarnos en paz saludable, libertad social e íntima espiritualidad personal.
Esos arreglos siempre precisarán de líderes capaces de interpretar y representar la voluntad colectiva de modo funcional e investida de la dignidad concebida y merecida de ser concedida a todos los individuos del conjunto social del que todos somos elementos, colectivos y particulares a la misma vez.
La diversidad de las variables que así surgen implicadas en las fórmulas más convenientes para el logro de la convivencia armónica de todos los individuos localizados en cualquier entorno determinado, incluídos desde la unidad familiar hasta el conglomerado global de Naciones Unidas.
Es necesario cultivar entre todos los segmentos del conjunto una intensionalidad de fondo integrada al alma misma del cuerpo social y repartida a la vez con precisión diferencial y sin discontinuidades ocasionales ni oquedades.
Las Reglas Fundamentales, Leyes de Estado o Constituciones Nacionales, son puestas en las manos intencionales del liderazgo establecido, respetado y considerado como paradigma de sabiduría y conducción espiritual, modelo de comportamiento público y privado, respetable por su voluntad y finura de moderación social.
Es en este último aspecto de la virtud esperada donde los requerimientos han de deslizarse sobre el filo de los equilibrios entre las pasiones y la razón, es la de la excepcionalidad que se eleva como diferencia entre la arbitrariedad común y la lógica de los dioses, expresa a través de la muy fina y acerada rigidez de la justicia. El sistema de justicia expresado a través del poder judicial, sus instituciones y sus recursos humanos que lo materializan, precisa de hombres y mujeres limpios y sanos.
El más encumbrado signo de nuestro ordenamiento de Estado queda sentado en los hombros y la voluntad espiritual y profesional de nuestro sistema judicial y en la cúspide del mismo se halla el Tribunal Constitucional, este que puede decidir la interpretación de todo lo establecido en los Papeles Sagrados de nuestra Constitucionalidad.
La condición de poder decidir con la última palabra sobre todos los demás estamentos espirituales y materiales del Estado Jurídico de La Nación, es una responsabilidad monárquica que hoy luce inalienable, incontestable, omnímoda.
El Tribunal Constitucional puede decidir, crear, modificar, en fin, constituir con su capacidad sobre la misma Constitución. Lo sabe y lo reconoce. Lo hizo valer, interpretó a su parecer y trastornó la vida nacional, su memoria histórica y ha puesto en juego el devenir de una estabilidad entre naciones que lucía salvada.
Rompió el equilibrio emocional cultivado como sociedad compuesta por una multiplicidad étnica que se mantiene como ejemplo de integración humana que hasta hoy se mantenía bajo un perfil de equilibrio metaestable, pacifico, prudente, evolucionando sin sobresaltos ni diferencias escandalosas.
Hoy, las llamas revueltas del escándalo llegan al cielo, la imprudencia, la insensatez, la petulancia y la soberbia se sobrepusieron a la humildad de la sabiduría madura. Los daños están consumados.
Las reparaciones propuestas no pasan de remiendos sobre trapos atacados por la corrosión sulfúrica de una sentencia carente de más virtud que el daño irradiado sobre toda una comunidad binacional y el retroceso del concepto universal de integración multiétnica que ha salpicado a todo el mundo civilizado.
El remiendo puesto sobre el cuerpo del lienzo deshilachado con saña y garras de fieras enfermizas por la inanición espiritual sembrada en nuestra educación histórica escolar, necesitará de decenios dedicados a tratar de surcir hilo tras hilo el tejido destruido sin saberse aun cuales serán las consecuencias que a mediano plazo pudiera provocar el tollo irremediable provocado por una tozudez que sólo buscaría hacerse lucir como remedio político a algún mal convenido propósito de la colusión política deshumanizada como parte de la devaluación de nuestros valores nacionales.
No es tiempo de fiesta ni de algarabías. Estamos justo al medio del tiempo obligado para intensificar las reflexiones en torno a los valores de la Democracia como sistema de organización racional según la lógica del ordenamiento natural para la vida en sociedad de la especie humana.
Las relaciones sociales devenidas de la inteligencia biológica colectiva desarrollada a través de los procesos evolutivos que nos trajeron hasta hoy estas maneras de continuar nuestro desarrollo social median un conjunto de arreglos convencionales capaces de acomodarnos en paz saludable, libertad social e íntima espiritualidad personal.
Esos arreglos siempre precisarán de líderes capaces de interpretar y representar la voluntad colectiva de modo funcional e investida de la dignidad concebida y merecida de ser concedida a todos los individuos del conjunto social del que todos somos elementos, colectivos y particulares a la misma vez.
La diversidad de las variables que así surgen implicadas en las fórmulas más convenientes para el logro de la convivencia armónica de todos los individuos localizados en cualquier entorno determinado, incluídos desde la unidad familiar hasta el conglomerado global de Naciones Unidas.
Es necesario cultivar entre todos los segmentos del conjunto una intensionalidad de fondo integrada al alma misma del cuerpo social y repartida a la vez con precisión diferencial y sin discontinuidades ocasionales ni oquedades.
Las Reglas Fundamentales, Leyes de Estado o Constituciones Nacionales, son puestas en las manos intencionales del liderazgo establecido, respetado y considerado como paradigma de sabiduría y conducción espiritual, modelo de comportamiento público y privado, respetable por su voluntad y finura de moderación social.
Es en este último aspecto de la virtud esperada donde los requerimientos han de deslizarse sobre el filo de los equilibrios entre las pasiones y la razón, es la de la excepcionalidad que se eleva como diferencia entre la arbitrariedad común y la lógica de los dioses, expresa a través de la muy fina y acerada rigidez de la justicia. El sistema de justicia expresado a través del poder judicial, sus instituciones y sus recursos humanos que lo materializan, precisa de hombres y mujeres limpios y sanos.
El más encumbrado signo de nuestro ordenamiento de Estado queda sentado en los hombros y la voluntad espiritual y profesional de nuestro sistema judicial y en la cúspide del mismo se halla el Tribunal Constitucional, este que puede decidir la interpretación de todo lo establecido en los Papeles Sagrados de nuestra Constitucionalidad.
La condición de poder decidir con la última palabra sobre todos los demás estamentos espirituales y materiales del Estado Jurídico de La Nación, es una responsabilidad monárquica que hoy luce inalienable, incontestable, omnímoda.
El Tribunal Constitucional puede decidir, crear, modificar, en fin, constituir con su capacidad sobre la misma Constitución. Lo sabe y lo reconoce. Lo hizo valer, interpretó a su parecer y trastornó la vida nacional, su memoria histórica y ha puesto en juego el devenir de una estabilidad entre naciones que lucía salvada.
Rompió el equilibrio emocional cultivado como sociedad compuesta por una multiplicidad étnica que se mantiene como ejemplo de integración humana que hasta hoy se mantenía bajo un perfil de equilibrio metaestable, pacifico, prudente, evolucionando sin sobresaltos ni diferencias escandalosas.
Hoy, las llamas revueltas del escándalo llegan al cielo, la imprudencia, la insensatez, la petulancia y la soberbia se sobrepusieron a la humildad de la sabiduría madura. Los daños están consumados.
Las reparaciones propuestas no pasan de remiendos sobre trapos atacados por la corrosión sulfúrica de una sentencia carente de más virtud que el daño irradiado sobre toda una comunidad binacional y el retroceso del concepto universal de integración multiétnica que ha salpicado a todo el mundo civilizado.
El remiendo puesto sobre el cuerpo del lienzo deshilachado con saña y garras de fieras enfermizas por la inanición espiritual sembrada en nuestra educación histórica escolar, necesitará de decenios dedicados a tratar de surcir hilo tras hilo el tejido destruido sin saberse aun cuales serán las consecuencias que a mediano plazo pudiera provocar el tollo irremediable provocado por una tozudez que sólo buscaría hacerse lucir como remedio político a algún mal convenido propósito de la colusión política deshumanizada como parte de la devaluación de nuestros valores nacionales.
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